Las fracturas del mosaico kirchnerista – La Nación

A medida que el relato oficial se debilita, se vuelve más evidente la naturaleza represiva de muchas de las acciones y decisiones del Gobierno, que neutraliza los cuestionamientos calificándolos de “destituyentes”

Por Diana Kordon y Lucila Edelman

Mientras Cristina hablaba de las balas de tinta que atacan a su gobierno, balas de plomo caían sobre los manifestantes que protestaban contra el acuerdo con Chevron, en la provincia de Neuquén. Casi inmediatamente después, el Gobierno, en la voz de Parrilli, hizo reaparecer los viejos argumentos de la derecha tradicional para justificar la brutal represión. La expresión “un grupo de 150 inadaptados querían hacer un golpe institucional en Neuquén” es contundente: recurren al conocido cliché que utilizaban aquellos a los cuales dicen enfrentar.

Parrilli aparece con toda su coherencia: de miembro informante en el Congreso para la privatización de YPF durante el gobierno de Menem, a justificador de la represión en Neuquén, cuando se pronunciaban miles de personas contra un acuerdo que ya había sido deslegitimado por la votación popular en las PASO pocos días antes.

Los hechos son demasiados brutales y el golpe sufrido en las elecciones da lugar a que en el oficialismo afloren las diferencias y peleas internas, las disputas de hegemonía y de poder. En este marco, aparecieron en su seno algunas voces con tibias críticas a la represión de Neuquén y Jujuy. Sin embargo, las mismas sostienen el argumento de las responsabilidades “locales”, ocultando el hilo conductor de una política que se ejecutó durante toda la década y que se profundizó en los últimos años.

Se trata de una política nacional institucional que tiene expresiones legales, como la ley antiterrorista, y disposiciones instrumentales más o menos ocultas, como el proyecto X, de infiltración y espionaje a organizaciones sociales y políticas. En estos años hubo numerosas acciones represivas, que durante un tiempo fueron fundamentalmente tercerizadas a través de patotas y que pasaron luego a ser asumidas directa y abiertamente por las fuerzas de seguridad, aunque nunca renunciaron a la colaboración de estas bandas. Gildo Insfrán y Berni son figuras paradigmáticas de esa política.

El pedido de ascenso y la designación de Milani al frente del Ejército, designación que se mantiene a pesar de los cuestionamientos por violaciones a los DD.HH. y por corrupción, y recientemente el nombramiento de Alejandro Marambio, acusado de torturador, al frente del Servicio Penitenciario Federal, tornan manifiesto lo que antes se intentaba ocultar a través del relato: que esta política requiere ejecutores precisos.

El resultado electoral puso en crisis el mosaico kirchnerista, cuyos componentes parecían amalgamarse en un todo homogéneo. Esta totalización perdió ahora su estabilidad y los fragmentos parecen comenzar a descomponerla.

La fascinación de un relato monolítico va perdiendo fuerza. Curiosamente, lo mismo que nos indigna de las palabras de Parrilli es lo que nos alivia del efecto enloquecedor que nos producía la apropiación del discurso nacional, popular y democrático, y la violencia de los enmascaramientos. Era el efecto de un tipo de violencia que tiende a bloquear nuestra capacidad de pensamiento y que exige adhesiones incondicionales. En este sentido, no se trata sólo del contenido del discurso, sino también, y esto es lo más importante, de su inscripción en una lógica binaria. Lógica que define sólo dos posiciones posibles, en este caso, el “monopolio” o el Gobierno, pretendiendo obturar todo planteo de diferencia. La consecuencia inevitable es la angustia de no lugar para los que no se identifican con ninguno de los polos de ese dispositivo. La necesidad de pertenencia social crea una vía regia para la adscripción a ideales colectivos hegemónicos y, por lo tanto, para la adhesión espontánea, la naturalización y la internalización de ese discurso.

Durante toda la década, con espectacularidad en el montaje de escenas y escenarios, el relato se teatralizó, capturando anhelos y expectativas populares. Lo ocurrido con YPF es un ejemplo de esto: el Gobierno primero propició el negociado de la entrada del grupo Eskenazi, que favorecía también a Repsol y descapitalizaba a la empresa. Luego se decidió la supuesta recuperación de YPF, medida que nos devolvería el orgullo de aquella primera empresa petrolera de América latina y nos permitiría la resolución de los problemas energéticos, a su vez, también negados. En el proyecto había elementos que avalaban la sospecha de que se trataba de una maniobra para ocultar que la dependencia se mantenía. Una campaña propagandística intensa acompañaba la espectacularidad con la que se presentaba la medida. Se exigía aprobación inmediata y a libro cerrado. Recién tiempo después, como una novela en capítulos, aparece el acuerdo con Chevron, que anula en los hechos aquello que se había festejado.

En los últimos días, el candidato del oficialismo y el gobernador de la provincia de Buenos Aires reconocen el problema de la inseguridad con el discurso y las medidas tradicionales al estilo Blumberg: disminución de la edad de imputabilidad de menores, designación de ejecutores de políticas de mano dura, mientras se conoce que después de una década la cifra de jóvenes que no estudian ni trabajan permanece igual que en 2003.

La pregnancia de lo real es tan potente que va haciendo caer algunos ropajes. Algunas hendiduras van dañando el paraguas del relato.

Los colectivos orgánicos de la intelectualidad K habían ido aportando a la elaboración conceptual de este nuevo grupo hegemónico de poder, necesaria para garantizar su hegemonía cultural, contribuyendo a la construcción de consensos y del sistema de coerción que sostiene el control social.

El relato que contribuyeron a crear presenta la paradoja de sostener que se han producido cambios instituyentes, mientras se mantiene el orden de lo instituido.

Frente al debilitamiento de su hegemonía como resultado de las PASO, el oficialismo reaccionó al principio lavándose las lágrimas e intentando mostrarse en un clima de euforia, como si hubiera ratificado una marcada mayoría. Casi inmediatamente, desempolvó el fantasma del peligro destituyente.

Este término, inventado por Carta Abierta, al que otorgan un sentido de golpismo, ha quedado como muletilla para no hacerse cargo de los efectos contestatarios que la política del Gobierno produce y que nada tiene que ver con un golpe. Toda manifestación de desacuerdo o cuestionamiento queda traducida en una amenaza de vuelta al pasado si ellos no están. Hoy algunos dicen: “si nos ganan se pierde todo”.

La expresión “destituyente” no es inocua: su gravedad reside en la resonancia trágica de toda imagen que pueda asociarse al golpismo en la Argentina, y se utiliza, por lo tanto, para producir intimidación, afectando el trabajo de lo simbólico.

Pero en el movimiento de desmitificación de lo “destituyente”, no elegido sino obligado por los escasos márgenes que da la situación económica y social, se pasa a la palabra golpe, empleada por Parrilli. Las máscaras ahora tienen movimiento, se ponen y se sacan.

Los intelectuales K no sólo inventaron la palabra destituyente. Abroquelados en un espíritu de cuerpo, sobre la base de la defensa de una causa superior que todos deberíamos compartir, no cuestionaron medidas políticas con las que la mayoría de ellos jamás hubiera acordado. Hoy, cuando afloran las heterogeneidades, no se pronuncian sobre la represión en Neuquén o Jujuy, sobre la designación de Marambio al frente del Servicio Penitenciario Federal, pero sí apoyan, como Estela Carlotto, la designación de Milani al frente del Ejército. Esta combinación de explicitaciones de apoyo con silencios ante situaciones que interpelan al espíritu crítico nos hace pensar que los márgenes de autonomía todavía están muy acotados.

En un clima social atravesado por fluctuaciones, como ocurre en los momentos de transición, quedan abiertos múltiples interrogantes sobre los cambios de roles y los destinos en el mosaico K.

 

Via La Nación

Los chavistas no pisan el pasto: las profundas diferencias con el kirchnerismo – MDZ

“Adelanto mi propósito: 1. Reivindicar al chavismo 2. Mostrar sus profundas diferencias con el kirchnerismo”. Graciela Cousinet abre una nueva polémica a raíz del triunfo de Hugo Chávez.

Graciela Cousinet (*)

1.  Asistí en el 2011al Bicentenario de la Independencia de Venezuela, mezclada como una más en la marea humana que confluyó en Caracas. Ya había estado allí veinte años atrás. Recordaba una Caracas decadente y sucia, con un centro histórico derruido, la neurálgica Plaza Bolívar sembrada de basura, soldados armados con ametralladoras patrullando las calles, niños harapientos peleando entre sí mientras algunos transeúntes los azuzaban. Por otra parte, autopistas que cortaban la ciudad y zonas de hoteles y rascacielos, de un estilo vulgarmente  ostentoso, que habían conocido tiempos mejores. La definí como una ciudad de nuevos ricos venidos a menos.

En el 2011, el centro histórico estaba reluciente, los edificios que rodeaban la plaza habían sido puestos en valor, no sólo las construcciones coloniales sino también teatros, cines y pequeños comercios. Esa era la razón de la actitud de Chávez ordenando “Exprópiese” mientras señalaba edificios, no un interés personal sino de preservación del patrimonio histórico y cultural. Vi también zonas céntricas que habían devenido tierra de nadie recuperadas para el espacio público como la importante arteria Gran Sabana, transformada en peatonal y lugar de espectáculos artísticos callejeros.

El acto de conmemoración del Bicentenario se realizó en el paseo de Los Héroes, un largo parque reconstruido preservando su estilo y adornado con jardines y canteros de flores. Sólo asistieron los chavistas, ya que la oposición boicoteó el festejo. Todos de rojo, en oleadas emocionantes de masas pacíficas y decididas a defender un proyecto que las dignifica. Algunos organizados, especialmente los que venían de lejos. Otros, la mayoría, por su cuenta, en familia, caminando. Tal vez un millón, tal vez más. Ninguno pisaba el pasto ni las flores. La multitud cuidaba la belleza de su espacio público y amonestaba a aquellos que querían cortar camino a través de los canteros.

El desfile consistió principalmente en carrozas construidas y diseñadas por colectivos tales como niños, indígenas, mujeres, miembros de las Misiones, estudiantes. El pueblo festejando al pueblo, protagonista y no simple espectador.

A la vuelta los subtes estaban liberados, colas de miles de ciudadanos esperaban pacientemente su turno, nadie atropellaba. Ocasionales pasajeros no chavistas no sufrían ningún agravio. No recuerdo haber visto a policía.

Después recorrí medio país hasta llegar al pueblo más oriental: Guiria. También he leído bastante acerca del proceso bolivariano, es por todo esto que creo poder opinar acerca de:
2. Las diferencias entre el chavismo y el kirchnerismo. Tanto la derecha argentina como el propio kirchnerismo tratan de sostener que ambos procesos son muy similares, yo creo lo contrario.

• Mientras Chavez es asesorado por Fidel, Cristina consulta a Moreno.

• Chavez expropió más de mil empresas, la mayoría exitosas; el kirchnerismo expropió dos o tres, todas en estado ruinoso.

• El principal recurso de Venezuela, el petróleo, está en manos estatales; nuestro principal producto, la soja, está fundamental y crecientemente concentrado y en manos extranjeras.

• El chavismo se preocupa mucho por el transporte público. El kirchnerismo no.

• A las comunidades indígenas venezolanas se les ha otorgado la posesión de las tierras que habitan y cobran un subsidio que les permite vivir bien conservando su estilo de vida. En Argentina se los persigue para continuar arrebatándoles las tierras.

• El chavismo continúa disminuyendo  drásticamente la pobreza, en Argentina, de acuerdo a estadísticas no oficiales, la disminución de la pobreza se ha estancado e, inflación mediante, está aumentando.

• En Venezuela hay un proyecto en ejecución de producción estatal de alimentos, textiles y viviendas populares  La mayoría de estas empresas se ubica en el interior del país.

• El proyecto chavista es claro: el socialismo. El proyecto kirchnerista es confuso: el capitalismo “inteligente”

(*) Graciela Cousinet es decana de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNCuyo.

Vía: http://www.mdzol.com/nota/425066-los-chavistas-no-pisan-el-pasto-las-profundas-diferencias-con-el-kirchnerismo/

Miedo – Infonews

La nueva palabra maldita en el diccionario kirchnerista es esta: miedo. Cada vez que alguien sostiene que el Gobierno genera miedo, un número indeterminado de indignados reacciona de manera inmediata. Algo así ocurrió esta semana en twitter con Juan José Campanella. El prestigioso director de cine difundió por esa vía una carta abierta que le había enviado a la Presidenta el papá de una bebita muerta en Tucumán, indignado porque el gobierno de su provincia no le había facilitado a tiempo el avión sanitario. Campanella escribió: “No puedo creer que tenga miedo de difundir esto…”. Inmediatamente, los indignados fueron a la carga.

–¿Miedo a qué tenés, che?, era lo más suave.

–Me preguntan a qué tengo miedo en un tono que, realmente, me da miedo –insistió Campanella.
Imagínense lo que siguió.

El miedo es una sensación completamente subjetiva. Hay personas acostumbradas a la oscuridad, a los perros grandotes, a las armas largas, a las drogas pesadas, los precipicios o a las extracciones de sangre. Otras tiemblan ante una hoja filosa, una ruta abandonada, el ruido de una canilla abierta en el silencio de la noche, o la sirena de un patrullero.

Todo depende.

Un recurso clásico del kirchnerismo es comparar todo con la dictadura militar. Nadie tiene derecho a sentir miedo porque no va a ser secuestrado, ni torturado, ni desaparecido. Por lo tanto, el que siente miedo en estos tiempos es un cagón, o un tilingo, o un debilucho, o su mente ha sido colonizada por los medios de comunicación.

Los sentimientos son sentimientos de cada uno. También Cristina Fernández de Kirchner se presenta como “la presidenta más agredida de todos los tiempos”. Y debe decirlo con sinceridad. Serán sus sensaciones. Habría que ver, ¿no? Pero sensaciones son sensaciones, y no sé si se pueden discutir.

En cualquier caso, lo que sigue es un espejo.

Si uno mira la revista que rodea esta nota, puede llegar a la conclusión de que el lector, como mínimo, tiene simpatía con el Gobierno, y es de los que se pregunta: “¿Miedo a que?”. O está familiarizado con expresiones pavas como “la construcción mediática del miedo”, y esas cosas tan de moda en ciertos círculos.

Por eso, el espejo.

En los próximos párrafos usted verá un método, usado una y mil veces, contra aquellos que opinan distinto, o se animan a presentarse en una lista que compite con el Gobierno, o simplemente cuentan algo inconveniente, o están en lugares que el Gobierno no quiere que estén, o –simplemente– tienen la mala suerte de ser elegidos como chivos expiatorios cuando el Gobierno quiere salir de un mal trago.

Hay dos ejemplos en esta semana. El primero involucra a Eliseo Subiela, otro director de cine: la justicia en lo penal económico lo sobreseyó en la causa por evasión de impuestos que le había iniciado, con bombos y platillos, el Estado nacional. Usted recordará el episodio. Subiela había comentado en Facebook que no le dejaban comprar dólares. Ese solo señalamiento generó una conferencia de prensa inmediata del jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, quien le recriminó, ante el país todo, que fuera un evasor. Al día siguiente, un batallón de la AFIP le cayó a Subiela en su escuela de cine. El personal de recepción aceptó recibir la cédula de notificación, pero los muchachos le dijeron que no era ese el método: que debían enchastrar la puerta del local con el papelucho. Finalmente, no era evasor. Pero eso no importa. Quién te quita el mal momento.

El segundo está protagonizado por el camarista en lo civil y comercial Francisco de las Carreras, quien es uno de los que debe resolver en la increíble causa por la ley de medios. Se ve que al Gobierno ese juez no le da garantías. Entonces, lo investigan de cabo a rabo y le encuentran un viaje a Miami. Sin demasiadas pruebas, difunden en todos los medios que el viaje fue pagado por Clarín y piden que se aparte de la causa. El método es clásico. El ministro Julio Alak, máximo operador en el proceso de copamiento del Poder Judicial que se está llevando a cabo desde la causa Boudou hasta aquí, emite un documento donde siembra la sospecha, y luego concluye que el magistrado debe apartarse mientras se investiga si el rumor es cierto o no. Pero toda la prensa K titula que el viaje se lo pagó Clarín. El juez aclara que eso es falso, que no fue Clarín, pero ya está en medio de un episodio muy desagradable, donde la mitad le cree y la mitad no, y todos los demás jueces ven el método y razonan antes de actuar.

Todo es subjetivo, pero a algunas personas esto les puede causar miedo.

Así es la gente.

Y aunque no fuera así, es una porquería.

Pero observe usted esta seguidilla de mentiras, como la de Subiela y el juez De las Carreras.

El maquinista Marcos Córdoba, para parte de la prensa K, era el culpable de la tragedia de Once: quisieron meter preso a un laburante de 26 años para salvar a los funcionarios. El delegado sindical Rubén “el Pollo” Sobrero fue detenido –con el respaldo explícito del jefe de Gabinete– acusado sin pruebas de haber incendiado trenes, por un gobierno que nos quería explicar a todos que las explosiones de furia de los pasajeros del Sarmiento eran complots. A Francisco de Narváez lo vincularon falsamente con el tráfico de drogas durante una campaña electoral y a Enrique Olivera le inventaron que tenía cuentas en el exterior. A la inmobiliaria Jorge Toselli la inhabilitaron y la denunciaron por cadena nacional, porque uno de sus empleados dijo una obviedad: que las restricciones para la compra de dólares habían parado la actividad.

Este es el gobierno que acusó de “cuasimafiosa” a una caricatura de Hermenegildo Sábat, frente a una plaza llena de partidarios, y de pirómano a Pino Solanas, y a militantes del Partido Obrero, a los que Aníbal Fernández identificó con nombre y apellido, sin ninguna prueba, de ningún tipo. Es el que intentó amedrentar a periodistas tapizando una y otra vez las paredes de la ciudad con sus caras, y acusándolos de cualquier cosa: corruptos, mafiosos, comprados, cómplices de la apropiación de niños. Y el que, desde la televisión “pública”, instigaba a que les gritaran barbaridades en la calle a periodistas que trabajaban en alguna empresa del Grupo Clarín, así fuera como tiradores de cable.

El miedo es una sensación completamente subjetiva. Pero puede ser que alguna gente no quiera pasar por estas situaciones y entonces dude antes de emitir su opinión o, por ejemplo, como ocurrió en estos días, renuncie a su cargo de juez.

Al ex procurador Esteban Righi, por ejemplo, el vicepresidente Amado Boudou lo acusó de tráfico de influencias. Ya fue sobreseído –como Olivera, el maquinista de Once, Subiela, De Narváez, y tantos otros–. Pero en el medio renunció, así como fueron apartados de la causa el juez y el fiscal que habían resuelto el allanamiento contra una propiedad del vice. El kirchnerismo acusó a Eduardo Duhalde de ser el asesino de Mariano Ferreyra, y al periodista Osvaldo Pepe de “nazi” por haber escrito algo sobre el “gen” montonero. De los laburantes del Indec –los que medían bien– difundieron que estaban pagados por las consultoras, sin poder comprobar, nunca, nada. A algunos de ellos les complicaron mucho la vida. A Pablo Micheli le inventaron que se iba de vacaciones con su familia a Miami.

La lista no es exhaustiva: no incluye ni la denuncia pública contra el famoso abuelito amarrete, ni contra otro cineasta, Enrique Piñeyro. O a Cobos, al que amenazaron con ahorcarlo los muchachos de UPCN, en el Indec. Ni el juicio público contra Magdalena Ruiz Guiñazú, ni las coberturas miserables de la TV “pública” contra tanta gente que no lo merecía.

En todos estos casos, hay un aparato mediático cada vez más poderoso que se pone al servicio de la difamación: todo para que haya más libertad, más voces, y se multipliquen los colores del arco iris, según las palabras del creativo Martín Sabbatella.

Es probable que usted opine como el Gobierno. Y, entonces, que no tenga miedo. Pero póngase en el lugar de los otros, los que tienen otra opinión. No sé si son mayoría. Son muchos, no le quepa duda. Pero, ¿no le parece que es un método pensado, una y otra vez, y ejercitado de manera miserable hasta el cansancio, para que cualquiera piense antes de opinar?

El fanático responde inmediatamente: se victimizan, o mienten, o se lo merecen, o no es para tanto o, si no: en la dictadura estábamos peor. Pero si usted llegó hasta este punto de la nota, será que no es tan fanático y quizá pueda percibir que se trata de un método muy repudiable, lo ejerza quien lo ejerza.

El miedo es una sensación subjetiva.

No tengo idea de qué le habrá pasado a Campanella. Si le pasó algo, seguramente no quiera contarlo. Hay mucha gente, todo el tiempo –como nunca antes en mi carrera– que dice lo mismo: no, dejá, mejor no salgo al aire, es para problemas, tengo miedo, entendeme.

La verdad es que uno preferiría que no fuera así. A la intención de generar miedo, la sociedad debería responder con rebeldía, porque siempre que se pacta con el miedo todo se pone peor, en la vida personal y en la social. Cada vez que alguien se calla por miedo, o renuncia a ser juez, por miedo, el país pierde un poquito más.

Pero no se preocupen: nada de esto existe.

Se trata, apenas, de una “construcción mediática”.

Si mucha gente entendió mal aquella frasecita –“hay que tenerle miedo a Dios y un poquito a mi”–, es porque está envenenada por Clarín.

El Gobierno, por supuesto, no tiene nada que ver.

Nunca hubo tanta libertad como ahora.

Amén.

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CFK es “peronista de izquierda”

Y yo tomo agua en polvo.

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    Teléfono para 6,7,8: se llama capitalismo

    Muchas personas suelen cuestionar a 6,7,8 por reducir los argumentos del adversario y distorsionar el verdadero significado de su mensaje mediante el carácter manipulativo de la operación de edición. Se presenta a 6,7,8 como una voz monolítica que simplifica la multiplicidad de opiniones y que no exhibe el “whole picture” que enmarca a un debate. Sin embargo, no tengo nada para decir de los puntos anteriores (propios de la toma de postura en el contexto televisisvo) sino que lo cuestionable se encuentra en otro lado, a saber: aunque uno puede acordar con muchos de los enunciados presentados en el programa, el problema es que los panelistas no llevan sus razonamientos hasta sus últimas consecuencias. Es decir, en el análisis de 6,7,8 habría que aplicar el procedimiento que Adorno denomina “crítica ideológica”, consistente en confrontar la idea con su realización. Esto es lo que comentaré a continuación:

    1) 6,7,8 no lleva los razonamientos hasta sus últimas consecuencias: tomemos una de las consignas más trilladas de 6,7,8: “El Grupo Clarín, como corporación económica, privilegia sus intereses económicos particulares por encima del interés general de la comunidad de recibir información de calidad”. La afirmación es acertada, pero describe a las empresas privadas de todos los rubros y no sólo a aquellas dedicadas a la comunicación. En una economía capitalista las empresas colocan la búsqueda de rentabilidad por encima del interés general de la comunidad. El interés socialno ingresa en el cálculo económico o constituye sólo una variable marginal ¿Acaso las empresas mineras (de las que el programa no tiene nada para decir) no colocan el lucro por encima del interés de la comunidad cuando, con su explotación masiva y sucia, contaminan las aguas, el aire, los suelos, afectan la salud de las poblaciones aledañas etc.? ¿Acaso la industria alimenticia no ha logrado mediante el empleo de plaguicidas químicos duplicar la incidencia de cáncer y enfermedades crónicas de los consumidores en los últimos 30 años (es decir, en el período en que creció exponencialmente la industrialización de los alimentos)? ¿Acaso la industria metalúrgica no ha sido señalada por envenenar la sangre de sus empleados con plomo y otros metales, conduciendo a enfermedades como el saturnismo? ¿Acaso la industria textil no está a la vanguardia en la utilización de trabajadores semi-esclavos o esclavos en los países periféricos? Ergo, lo que 6,7,8 señala para las empresas enemistadas con el gobierno nacional es válido para la totalidad de las empresas, porque es un rasgo intrínseco al funcionamiento del capital y su reproducción. De aquí podemos concluir el segundo punto:

    2) La crítica debería extenderse más allá de las alianzas y disputas coyunturales que el gobierno nacional tenga con los agentes económicos. Es importante pasar de un cuestionamiento de las conductas particulares de los agentes en cuestión, a un análisis crítico del sistema como tal. Esto nos lleva al siguiente punto:

    3) 6,7,8 moraliza y personaliza conflictos económicos y sociales que deberían ser explicados estructuralmente. El programa suele explicar las conductas de “la corpo” por ciertos atributos reprobables en la personalidad e ideología de sus dirigentes. Magnetto y Herrera de Noble serían, según los panelistas, perversos, mal intencionados, mentirosos, autoritarios, anti-democráticos y con una trayectoria tan oscura como sus ideologías. Lo que se debe decir es que, independientemente de que Magnetto y Herrera de Noble puedan ser o no maléficos, el sistema capitalista no requiere de personalidades perversas para hacer funcionar su implacable y destructivo mecanismo. Esta es una de las grandes enseñanzas de Hanna Arendt con su concepto de “banalidad del mal”, construido en relación a la figura de Adolf Eichmann. La autora sostiene que, a diferencia de lo que muestra el sentido común, la brutal maquinaria de la muerte industrializada del régimen nazi se sostenía en la labor cotidiana y desapasionada de opacos funcionarios burocráticos que se percibían a sí mismos como meros instrumentadores de la racionalidad y eficacia técnica. El señalamiento de Arendt nos conduce a prestar atención a la red de relaciones sociales y no a las personas que coyunturalmente ocupan los espacios que aquella delimita.

    4) Al concentrarse en la prosperidad del país atribuida al gobierno nacional, 6,7,8 es capaz de celebrar hitos del avance del consumo que, bien observados, significan una calamidad para la calidad de vida de la comunidad. Por ejemplo, ¿a qué persona sensata puede producir felicidad que continúe creciendo la industria automotriz y, con ella, el parque automotor? Para 6,7,8 es una buena noticia. A riesgo de repetir los puntos sobre los que han insistido Osvaldo Bayer y Eduardo Galeano, el automóvil lacera con su violencia el espacio urbano, siendo de las primeras causas de muerte del país, produciendo lesiones gravísimas, discapacidades, contaminación gaseosa y sonora, jerarquizando el tránsito entre los que tienen auto y los que no, vulnerando el derecho de peatones y ciclistas y, en otro orden, alimentando la cruel industria del petróleo y las guerras que por ella se desatan. El auto no nos permite imaginar modalidades más saludables de transportarnos en el espacio urbano (con dispositivos que ya están en uso, como la bicicleta u otros sustentables) ¿Quién se puede alegrar con la expansión del automóvil? No hay que olvidar que los indicadores que resultan favorables para un gobierno en el marco de la economía capitalista, pueden no ser otra cosa que indicadores solamente favorables a la economía capitalista, pero lastimosos para la humanidad en su conjunto.

    5) 6,7,8 sostiene una polarización entre el Estado y el sector privado que la realidad desmiente. Muchas expresiones fuertemente politizadas de la sociedad civil señalan que es posible construir una comunidad más libre en espacios alternativos que se sustraen tanto de la lógica mercantil como de la regulación del Estado (o, para ser más precisos, que entran en “negociaciones” tanto con intereses particulares como con la autoridad pública, pero protegiendo su autonomía básica). Estos espacios suelen ser ejemplares por las relaciones sociales que se desarrollan en su interior: horizontales, no jerárquicas, asamblearias o reticulares, ajenas al principio de la autoridad y disciplina, con derecho al disenso y búsqueda de consenso. Algunos casos ilustrativos son: las asambleas barriales que tuvieron su furor en el 2002, la FLIA (Feria del Libro Independiente y Alternativa) donde se reúnen escritores que no tienen lugar en las editoriales mainstream, los grupos artísticos que recuperan edificios abandonados para ponerlos a funcionar como centros culturales comunitarios, los grupos a favor del software libre y el “open source”, el movimiento Copy Left y quienes que se resisten a la propiedad intelectual, las iniciativas por los derechos de los ciclistas y modos más saludables de ocupar el espacio urbano, tales como aquellas de la Masa Crítica, los grupos de mujeres que autogestivamente producen material informativo sobre métodos anticonceptivos y aborto seguro, y muchos otros. Estos colectivos, con sus diferencias, parecen atravesados por una misma consigna: no esperes ninguna legitimidad de la industria o del Estado: hacelo! Es en estos grupos donde se vislumbra la utopía que, tarde o temprano, devendrá futuro. El porvenir está aquí y no en las sórdidas discusiones parlamentarias en que, la mayoría de las veces, las iniciativas verdaderamente radicales suelen tener una expresión testimonial.

    El garantismo lumpen – lanacion.com  

    Es difícil decir si el Vatayón Militante es peor como señal de lo que el Gobierno hace en el terreno de la seguridad o como paso adelante en su esfuerzo por partidizar el Estado.

    En el primer caso, se inscribe en la saga de despropósitos que jalonan una larga historia de ineficaz lucha contra el delito. Que empezó con la adhesión acrítica y oportunista a las leyes propuestas por el ingeniero Blumberg -algo que conviene recordar para no cargar las tintas excesivamente sobre el componente ideológico de estos fracasos oficiales-, siguió con la definición de la inseguridad como “sensación” y derivó hace poco en la sórdida idea de hacer de esta gravitante preocupación ciudadana una excusa más en la guerra contra Macri, Scioli y demás enemigos políticos.

    En el segundo terreno indica un grave avance en el también prolongado proceso de colonización de instituciones públicas por parte del kirchnerismo, particularmente grave pues afecta las fuerzas de seguridad, un componente decisivo del funcionamiento de todo Estado y del pacto que lo une imparcialmente con todos los ciudadanos. En este sentido, el problema no sería sólo ni principalmente lo que hacen el ex Callejeros Eduardo Vázquez, el barra Favale y otros acusados o condenados por crímenes violentos fuera de los penales, sino lo que hace Víctor Hortel, jefe tanto del Servicio Penitenciario como del Vatayón, dentro de ellos.

    Los dos problemas, claro, están conectados entre sí. El escándalo del Vatayón me recordó la advertencia que les hizo un periodista a figuras del movimiento de derechos humanos, bien al comienzo del kirchnerismo: debían aprender del triste final de los economistas liberales por haberse enamorado de Menem, para evitar que sus nobles ideas y la causa por la que habían peleado terminaran fagocitadas por las necesidades políticas de un gobierno oportunista. Aunque viendo lo entusiastas que se muestran casi todas esas figuras con la proliferación de militantes en las instituciones del Estado, la monopolización del discurso de los derechos por parte del Gobierno y la consecuente negación de derechos a sus adversarios, se entiende que no hayan prestado oídos a esas advertencias.

    El Vatayón nos pone, así, frente a una contradicción que se ha ido volviendo más y más patente: si bien es cierto que el kirchnerismo ha tenido y aún tiene una agenda de ampliación de derechos que en algunos terrenos -el de las víctimas de la última dictadura, el matrimonio igualitario y unos pocos más- ha defendido con bastante esmero, también lo es que en todo lo vinculado con el pluralismo político, la igualdad ante la ley y el ejercicio del poder del Estado esa agenda ha sido mucho menos consistente y, en algunos casos, se ha abandonado ya hace mucho. El garantismo, específicamente, se ha aplicado con discrecionalidad y a distintos problemas con varas muy distintas, según las necesidades oficiales, buscando siempre minimizar costos y frenos, y aumentar réditos y libertad de maniobra.

    Así fue como se encaró el trabajo en el Sistema Penitenciario Federal: el kirchnerismo se esmeró, por caso, en minimizar el riesgo de motines, porque suelen causar muchas víctimas, escándalos y grandes costos políticos, pero no se preocupó demasiado por la violencia cotidiana en las cárceles, que se cobra año a año, silenciosamente, decenas de muertes. Se entiende también, en este marco, que la resocialización de los presos haya sido concebida como una simulación publicitaria y como un medio para administrar discrecionalmente premios y castigos, y controlar informal y superficialmente lo que sucede en los penales, evitando encarar una costosa y complicada reforma que hubiera implicado chocar con las mafias que vinculan a presidiarios y carceleros. Y se entiende también que ese control haya sido encargado a una estructura partidaria antes que a una oficina pública: sucede igual que con el control de la protesta social, delegada en organizaciones afines que “manejan la calle” en detrimento de las fuerzas de seguridad, de las que se desconfía precisamente porque el Gobierno hace tiempo que renunció a reformarlas. Para esa tarea, claro, se necesita el tipo de expertise que poseen los criminales violentos, no los amateurs que cayeron por robar una gallina: de allí que en Vatayón proliferen tipos como Favale y los hermanos Díaz, asesinos de Axel Blumberg. Es el fruto lógico de una pauta de reclutamiento que además resulta justificada y reforzada por un “garantismo lumpen” que abusa del argumento sociológico según el cual “la sociedad crea al delincuente”, para invertir la lógica penal y convertir a quienes delinquen en víctimas, algo sobre lo que Víctor Hugo Morales ha abundado en los últimos días.

    He aquí la manifestación de una segunda paradoja que afecta al kirchnerismo: él promueve una muy extensa intervención del “Estado” en la vida social, pero no cree para nada en las virtudes de las instituciones públicas, porque ve en la administración regular de las cosas más un límite que un instrumento; confía por ello todas sus iniciativas a militantes, que si bien actúan dentro del Estado, no lo hacen como funcionarios de la ley, sino como entusiastas seguidores de una causa y un líder.

    Así, resignado a que las cárceles sigan fabricando delincuentes, el kirchnerismo se esmeró en que al menos no le generen problemas; para lo cual convirtió a algunos de estos delincuentes en sus instrumentos. Al hacerlo, el uso lumpen, discrecional y selectivo del garantismo convergió con la partidización del Estado y el militantismo: ¿qué mejor que fabricar allí también más entusiastas kirchneristas?

    A este respecto, el Vatayón ilustra tanto una tendencia a la militarización de la militancia como una aún más grave en dirección a la partidización del funcionariado a cargo de administrar la violencia estatal. Tendencias que ya se ha visto cómo operan en la Venezuela de Chávez y que, más atrás en el tiempo, se vio cómo lo hacían en la Italia de Mussolini: los involucrados declaran estar disponibles para lo que el jefe guste mandar y, en particular, para defenderlo de sus enemigos, que serán invitados a hacer, o se sentirán de motu proprio inclinados a hacer, cuando él se vea “amenazado”.

    La adopción de la squadra como lema y estructura organizativa tiene también su lógica: el Vatayón se inscribe en la idea de que la lucha política determina directamente todos los asuntos de la vida colectiva y, así como hay medios K y anti-K, educación K y no K, hay presos K, que serán los que merezcan un buen trato porque son distintos al resto, tienen más derechos y, si los demás quieren acceder a esos mismos derechos, deberían imitarlos. El sobredeterminismo político lleva así a atravesar las fronteras de los penales, a ignorar toda otra distinción, entre condenados y procesados, entre el asesinato y el delito menor. Y sus justificaciones, lo que es más importante, se ven ratificadas antes que desmentidas por las reacciones que la iniciativa despierta en el resto de la sociedad y el espectro político: las críticas no hacen sino confirmar que “la derecha” quiere violar los “derechos” de esos presos, que los partidos de la oposición agitan la sensación de inseguridad para desprestigiar al Gobierno, etcétera.

    La reacción oficial de cerrar filas en torno a Hortel y su Vatayón completa este oscuro panorama. Fue seguramente sincero Zaffaroni cuando sostuvo, con el escándalo ya desatado, que se había incurrido en una “inconveniencia política”, indiferente al hecho de que se habían violado normas y se había incurrido en acciones y procedimientos inmorales. Y también seguramente lo fue Cristina cuando exaltó a esos sacrificados militantes que difunden su credo en tan desagradables instituciones y comparten el fervor de los alegres barras, que se pierden los partidos de su equipo con tal de darle ánimos a la tribuna. La lógica es siempre la misma: importan la lucha política y el entusiasmo, no puede por tanto importar el respeto de la ley, esa excusa de los enemigos para obstaculizar y dañar al Gobierno y, en última instancia, para resistirse a desaparecer. Si desde el poder del Estado se asume tan abierta y concienzudamente que acciones como éstas son plenamente legítimas, aunque cuando cobran estado público se las critique como “inconvenientes”, es lógico que lo que se quiera corregir es esa inconveniencia. Y es igual de lógica la conclusión que deberían sacar todos los demás: que la incompatibilidad entre esa pretensión y la preservación y vigencia del Estado de Derecho es el fondo del problema que tenemos adelante.

    Tiempo de soldados – Perfil.com

    Las últimas semanas mostraron, otra vez, un incremento en la polarización de los comportamientos políticos. La polarización, de distintos modos, está inscripta en los cacerolazos, en las cartas de renuncia de Reposo, en las situaciones de violencia de las que fueron víctimas periodistas y políticos oficialistas y opositores. Este modo de componer la escena política se volvió normal, parte de nuestro paisaje. La polarización como modo predominante de la escena pública empobrece el debate, reduce la rendición de cuentas y favorece a los poderosos.

    El modo en que se desarrolla la polarización es muy autóctono: no es un antagonismo ideológico entre izquierda y derecha, entre posiciones pro-asalariados versus pro-negocios (como las oposiciones ideológicas europeas típicas del siglo XX), o entre posiciones conservadoras en lo cultural y social versus posiciones liberales o de avanzada. Se trata de un antagonismo alrededor de la adhesión o el rechazo al Gobierno nacional.

    Para quienes adhieren, posiblemente eso involucre una serie de valores relacionados con derechos humanos, redistribución de la riqueza, desconcentración de los medios de comunicación. Lo curioso es que, estrictamente en relación con esos valores, posiblemente encuentren entre quienes rechazan frontalmente al Gobierno, incluso, muchos de los que golpean la cacerola, mucho más consenso del que supondrían. Por supuesto, también encontrarán a Cecilia Pando, sintiéndose mucho más cómodos los oficialistas –al confirmar sus ideas– que la mayor parte de los impugnadores del Gobierno al constatar su presencia.

    Con frecuencia, cuando el Gobierno nacional muestra no ser consistente con los valores proclamados, especialmente cuando se trata de casos de corrupción o en los que se favorece a grupos de poder económico o mediático, los adherentes más radicalizados siempre encuentran justificaciones, evidenciando así que la adhesión al Gobierno es más importante que la adhesión a valores.

    Simultáneamente, quienes se identifican con el rechazo en bloque al Gobierno suelen complicarse al analizar políticas públicas y decisiones puntualmente, despojados del reflejo de rechazar por el mero hecho de que su autor es el Gobierno nacional.

    Son los tiempos de soldados que vivimos, al menos, desde 2008. Fue entonces cuando la Presidenta decidió que quienes se oponían a un impuesto, en realidad, eran enemigos de una política de derechos humanos. Fue entonces que desde el Gobierno se creyó imprescindible constituir campos antagónicos. Y fue entonces cuando políticos opositores y medios creyeron que era conveniente aceptar esa lógica y ser los enemigos a los que se interpelaba. Mucho de esto venía de antes, por ejemplo, en el modo en que se justificó la manipulación del Indec. Pero fue entonces esta modalidad que pasó a dominar la escena.

    Así, se espera de cada actor lo que ya se sabe que va a hacer. La expectativa de propios y ajenos es una contraseña de combate, una descalificación del enemigo, no una pregunta, un matiz, una duda. Sin embargo, la duda, la pregunta, el matiz ante lo dado, es lo que más nos conviene a los ciudadanos comunes. Un sano y consistente escepticismo, una desconfianza activa es la única protección contra la manipulación que podemos levantar los que, dentro del 54% o del 46%, en el cacerolazo o en contra de él, somos tentados por medios y políticos a tomar partido en términos del antagonismo.

    Los sectores de poder más involucrados en la polarización son los que más se benefician con la credulidad que ésta supone. El antagonismo nos pide creer y bloquea la rendición de cuentas. Corrupción, manipulación de la información pública, publicidad oficial, concentración de medios, dejan de ser objeto de preguntas legítimas para inscribirse en el juego de “si levantás el tema X, le hacés el juego a Y”. En este contexto, los que toman partido suelen creer que es el momento de decidir “de qué lado estás”, y que las futuras generaciones nos preguntarán “qué hiciste en la guerra”.

    Para un ciudadano escéptico y activo, sólo excepcionalmente hay que elegir bandos, y sólo con relación a valores fundamentales. A la hora de evaluar cuestiones públicas, buscará más datos, y menos relatos, más preguntas, y menos banderas. Si el de hoy es tiempo de soldados, por el bien de la democracia, seamos desertores.

    * Profesor de la Universidad de Palermo, ex director ejecutivo de Poder Ciudadano.

    Atravesados por el odio – Perfil.com

    El encumbramiento y el posterior derrumbe de Moyano como esperanza articuladora de una nueva oposición, profesada por personas que dado el lugar que ocupan en la sociedad deberían sentir rechazo insalvable por Moyano, fueron una manifestación más de cuánto el odio puede nublar la razón. Otro ejemplo comparable se dio en las últimas elecciones cuando sectores de alto nivel de ingresos y educación, que en un pasado cercano no hubieran dudado de calificarse a sí mismos como progresistas, votaron por Duhalde, y algunos hasta creyeron que tenía alguna posibilidad. Se podría justificar diciendo que no se trata de un fenómeno tan novedoso porque ya en los 90 muchos vieron a Menem rubio, pero la diferencia es que en aquellos años no era el odio el motor de esas preferencias.

    ¿Qué les hace a algunos creer recurrentemente que ya se acaba el kirchnerismo o que ya comenzó su fin en forma inminente? ¿Por qué les resulta especialmente verosímil la mayoría de los pronósticos negativos sobre el kirchnerismo? Ya sea que un juez avanzó con la investigación sobre Ciccone y entonces pronto el vicepresidente iría preso. Que por YPF España y Europa nos dejarían fuera del comercio mundial. Y que Estados Unidos nos echaría del G20. Que por las trabas de Moreno, Brasil daría por concluido el Mercosur. Que por lo mismo China no nos compraría más soja o sus derivados. O que el enfrentamiento de Moyano sería peor para el Gobierno que la crisis con el campo por la 125. Y la lista podría seguir.

    Pensamiento ilusorio.
    Para el director de la carrera de Ciencias Políticas de la UBA, Luis Tonelli, parte de la sobrevaloración de Moyano en la que algunos cayeron obedeció a la “inducción retrospectiva”, que en una columna de la revista Debate describió así: “Los actores se imaginan cómo será el último movimiento del juego político que tiene lugar y, deducido su resultado, se lo traslada del futuro al presente, haciéndolo valer hoy. O sea, adelantar todos los tiempos y comenzar a plantear, a operar y a rosquear la cuestión de la sucesión a sólo ocho meses de transcurrida la segunda presidencia de Cristina Fernández y cuando falta tanto, tanto, tiempo”. La inducción retrospectiva en ajedrez se llama análisis retrógrado, y en macroeconomía se la utiliza para anticipar cuál sería un precio de equilibrio en una eventual lucha de precios.

    Pero cuando quienes hacen los cálculos están atravesados por el odio, todo es diferente por el efecto emocional que a la hora de hacer proyecciones tienen los deseos. Es lo que se conoce como wishful thinking o pensamiento ilusorio, en el que el procedimiento de deducción está inconscientemente afectado por los sentimientos, lo que termina orientando la conclusión hacia lo que sería más placentero en lugar de lo que sería más probable.

    Los deseos de que al kirchnerismo le vaya mal guían esos pensamientos, además del mal uso que puedan realizar de la inducción retrospectiva. La paradoja es que esos deseos más tarde o más temprano serán satisfechos porque –desgraciadamente para todos– el modelo económico tiene problemas estructurales y, aunque no esté al borde del colapso, tampoco se podría negar que ya comenzó un proceso de contracción del consumo. Pero tanto advertir sobre tormentas perfectas que luego son superadas con alguna facilidad hará que cuando verdaderamente el aviso sea correcto, como en la fábula del pastor y el lobo, pocos lo crean.

    El jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, en su informe de gestión de gobierno de esta semana ante la Cámara de Diputados se quejó sobre cómo la oposición y los medios que no simpatizan con el kirchnerismo pintan la situación económica de la Argentina exhibiéndola como si fuera peor que la de España u otros países europeos en crisis.

    Tiene razón el jefe de Gabinete sobre que la economía argentina no está peor que la de los países europeos en crisis, pero la evaluación que los habitantes de nuestro país harán cuando les toque votar el año próximo no será comparándose con la situación de los españoles o los griegos, sino con la de los propios argentinos cuando votaron la vez anterior. Y no hace falta más que mirar el último índice de variación del producto bruto del Indec –con un crecimiento de sólo el 0,6% contra el de los mismos meses del año anterior, que rondaba el 9%– para ver que enfrentamos una brusca desaceleración de la economía que traerá consecuencias negativas en el empleo, el consumo y la recaudación del Estado en los próximos meses, además de las que ya está trayendo.

    Dios es kirchnerista.
    En compensación, el aumento de casi el 50% del precio de la soja desde diciembre, llegando a alrededor de los 600 dólares, un precio similar al de cuando se desató la polémica por la 125, es una gran noticia para el país, tanto por el beneficio para la economía de este año como por los incentivos que genera sobre la cosecha siguiente. Desde el 10 de diciembre, cuando asumió Cristina Kirchner y la soja costaba casi 400 dólares, hasta los casi 600 dólares actuales, se agregaron directa o indirectamente siete mil millones de dólares a las exportaciones de 2012 (y de ese total, cinco mil millones representó el aumento que se produjo sólo en el último mes).

    Como la última cosecha fue casi el 20% menor en toneladas, si la próxima volviera a los casi 50 millones de toneladas los beneficios para las exportaciones podrían alcanzar 14 mil millones de dólares. Por mayor oferta, el precio tendría que ser menor, pero también se prevé una mayor demanda de soja en China.

    En este contexto, el kirchnerismo corre el mismo riesgo de hacer un uso inadecuado de la inducción retrospectiva (mirar hacia adelante razonando hacia atrás), y caer en el wishful thinking de la oposición, si creyera que porque siempre le vaticinaron catástrofes que nunca llegaron no le llegarán algún día; o que por haber salido airoso de las batallas de los últimos tres años, siempre será invencible. Lo habita el mismo odio que nubla la razón de sus opositores, y el día que cambien los equilibrios de poder cometerá tantos errores como quienes hoy lo enfrentan.

    "El kirchnerismo alberga tensiones políticas y comunicacionales" – lanacion.com  

    Las tensiones en el mundo de los medios, siempre al borde del ataque de nervios en los últimos años, han dividido las aguas entre los que apoyan las políticas del Gobierno y los que están en contra. Muchos dejaron de saludarse y los que no, rápidamente levantan la voz si se llegan a trenzar en alguna discusión política.

    Martín Becerra es una de las pocas personas especializadas en estos temas (si no la única) que no ha perdido la calma cuando se refiere a ellos. Aunque es evidente que lo entusiasma todo el complejo y apasionante ámbito de las comunicaciones actuales, no ha perdido la amabilidad para exponer con lucidez, y siempre haciendo el infrecuente ejercicio de tratar de ubicarse en un lugar de deseada objetividad.

    Becerra, que también ha incursionado en el periodismo, es doctor en ciencias de la información por la Universidad Autónoma de Barcelona, investigador independiente en el Conicet y profesor titular por concurso en la Universidad Nacional de Quilmes y en la UBA. La ley de medios, la guerra a muerte entre el Gobierno y el Grupo Clarín, los cruces fuertes entre periodistas militantes y profesionales son algunos de los asuntos que elevamos a un verdadero experto en esta materia, hoy tan explosiva tanto para unos como para otros.

    -¿Cómo se ve desde el mundo académico la guerra declarada entre periodistas militantes y periodistas profesionales?

    -En la mayoría de los profesores de las universidades públicas hay una posición de respaldo en general a lo que se llama periodismo militante porque la idea de la no objetividad históricamente ya estaba presente en ellos muchos años antes de que apareciera el conflicto con Clarín. Desde mi punto de vista no es una posición muy consistente en términos conceptuales. Rodolfo Walsh era una figura militante, desde luego, pero contra el Estado, no desde el Estado. Ahí hay una confusión incómoda para los que defienden el periodismo militante, que no es menor. En un marco de censura sostener una actitud militante es una cosa, pero ser militante desde el Estado, es otra.

    -¿Por qué la obsesión tan marcada en poner como enemigo público N° 1 a la prensa y a los periodistas? ¿O es sólo parte de la vocación histriónica del peronismo que utiliza ese recurso pero no se lo cree del todo?

    -El Gobierno, en sintonía con otros de América latina, aprovecha cierta debilidad histórica del sistema de medios, que se acentúa ahora ante la aparición de nuevas tecnologías. La coincidencia de la recuperación argentina post 2003, más un gobierno que asume de manera mucho más explícita la idea de superar la intermediación de los medios tradicionales se conjugan para que aparezca este conflicto con ellos a partir de 2003.

    -Pero que se profundiza desde el conflicto con el campo en 2008. ¿Qué es lo que cambia a partir de ese momento?

    -Se establece una nueva política de comunicación. A los periodistas les molesta que no haya una buena comunicación política, pero a las empresas periodísticas lo que les fastidia es esa nueva política de comunicación. No es lo mismo una cosa que otra.

    -¿No deberían el Gobierno y Clarín explicar mejor qué es lo que ocurrió para que pasaran de una muy estrecha cordialidad a romper lanzas tan abruptamente?

    -Coincido. Evidentemente hay algo del orden de los negocios que trataban en sus reuniones Néstor Kirchner y Héctor Magnetto que provocó la ruptura. Y tanto la investigación de Graciela Mochkofsky como el testimonio de Kirchner, entrevistado por Horacio Verbitsky, coinciden en que el tema fue Telecom. A mí me pareció una explicación insatisfactoria. ¿Por qué sí a la fusión de Multicanal y Cablevisión y no al ingreso a Telecom? Cuál era la prenda de intercambio y cuál el conflicto es algo que aún no fue suficientemente aclarado por ninguna de las dos partes.

    -¿Pudo Cristina Kirchner tener una postura más intransigente que la de su marido?

    -La propia Presidenta ha dicho que no veía con buenos ojos la presencia de Magnetto en la residencia de Olivos. Evidentemente esa negociación a ella no le habrá gustado mucho, pero esa alianza existió y no fue una fantasía de nadie. Néstor Kirchner también contó que Magnetto habría objetado la candidatura presidencial de Cristina Fernández.

    -¿No hay una suerte de parodia o caracterización ligera, tipo comic, para explicarles la política a los más jóvenes, por ejemplo, Néstor Kirchner convertido en Nestornauta y hablar del “lado Magnetto de la vida”?

    -Coincido en que hay una lectura completamente binaria. Pero es binaria de ambos lados. No sólo el relato del Gobierno, sino también el relato similar que construye Clarín y la oposición política, donde todo lo que viene del Gobierno es desde el vamos execrable. Para comprender la realidad esa reducción es empobrecedora ni sirve para explicar por qué si uno era tan bueno y el otro, tan malo, y me da igual quién era el bueno y quién, el malo, ¿cómo puede ser que estuvieran juntos durante cinco años sin darse cuenta? ¿Cómo puede ser que el Congreso el mismo mes en que votó la ley de servicios de comunicación audiovisual aprobó el decreto 527 por el cual Kirchner les dio diez años más de explotación a los mismos que supuestamente la ley de medios les está diciendo que tiene demasiadas licencias?

    -¿Cuánto de lograda y de desilusión tiene la ley de medios hasta el momento?

    -De lograda, muy poco. Si tomo el período octubre de 2009 a junio de 2012, diría que la propiedad está incluso más concentrada que entonces. La falta de funcionamiento de la Comisión Bicameral, la no designación del defensor del Público, la ausencia de la oposición que debería controlar al oficialismo en el Directorio de Afsca y de Radio y Televisión Argentina Sociedad del Estado merecen destacarse como déficits. La ausencia de transparencia en el accionariado de las empresas de medios; la operación en redes privadas que la ley prohíbe; el funcionamiento de los medios de gestión estatal, que tiende a ser gubernamental; la no aplicación del artículo que exige que los licenciatarios que reciben publicidad oficial informen sus montos y las campañas en que fueron empleados. Todos éstos son artículos que no se cumplen. Tampoco la cláusula que obliga a los operadores de TV por cable a ofrecer un servicio con “tarifa social” para la población de menores recursos. Los medios sin fines de lucro a los que la ley reserva nada menos que el 33% de las licencias, hasta ahora siguen siendo los convidados de piedra en el sistema de comunicación masiva de este país.

    -¿Cómo evaluar lo que el Gobierno viene realizando en materia de televisión digital?

    -Creo que el Gobierno avanzó en un plan ambicioso para desarrollar la televisión digital terrestre y gratuita. Y comenzó por distribuir decodificadores en los sectores de menores recursos, lo cual es loable. Pero lo hizo al margen de una exigencia elemental de la ley, que es que las nuevas señales se sometan a un concurso público. Hasta ahora nadie conoce otra obligación planteada en la ley: disponer de un plan técnico que brinde certidumbre acerca de cuántas licencias hay operativas y cuántas habrá con la digitalización de la televisión, y cuáles serán los topes para operadores no lucrativos en función de esa totalidad hoy desconocida por la sociedad. Ya hay cerca de veinte señales emitiendo en TDT.

    -¿Y qué se puede decir de la TV abierta?

    -Hoy tenemos 44 canales de TV analógicos, y sólo dos se sostienen con la torta publicitaria. ¿Quién paga la cuenta? El sistema de medios en la Argentina es muy precario económicamente.

    -El 7 de diciembre cae la medida cautelar que trabó la desinversión en el Grupo Clarín, pero no es el único que debe hacerlo.

    -El Gobierno interpretó que mientras esté vigente la cautelar de Clarín sería asimétrico pedirles a otros grupos más chicos, aunque concentrados y que incumplen la ley, que desinviertan. La Corte dice que esa cautelar cae el 7 de diciembre. Lo más probable es que haya nuevas demoras judiciales y administrativas. No solamente la ley no pone en juego la libertad de expresión sino que pretender la desconcentración la favorece.

    -Siempre y cuando no se pruebe que esa ley fue hecha para jorobar al Grupo Clarín?

    -Eso es difícil de probar judicialmente. Ahora también es verdad que todo sistema de medios tiende a la concentración. Pensar un sistema de medios completamente atomizado en cuanto a la propiedad es una utopía y muy probablemente es uno de los argumentos que tiene el Grupo Clarín, pero que no desarrolló bien, desde mi punto de vista. Un sistema atomizado sería funcional al gobierno de turno, pero eso es pensar en un extremo que avala su propio extremo: como un sistema atomizado sería funcional al gobierno debe prevalecer un sistema hiperconcentrado. Entre 2003 y 2007 Clarín fue funcional al Gobierno y era concentrado.

    -¿Qué pasa con la venta de Daniel Hadad a Cristóbal López? ¿No era que la ley impide la venta directa?

    -El Grupo Hadad ya superaba la cantidad de medios permitida por la ley. A veces me sorprende el nivel de precariedad legal y conceptual en la que actúan nuestras elites, en este caso de empresarios.

    -Es bastante habitual la entrada y salida por la ventana de distintos grupos a los medios audiovisuales. Probablemente haya alguna luz verde que les permite seguir adelante.

    -Debe haber existido ese visto bueno, lo cual me escandaliza más.

    -Si el comprador del Grupo Hadad hubiese sido Clarín, seguramente la operación no habría caminado.

    -Pienso lo mismo.

    -¿Por qué empiezan a producirse cortocircuitos dentro de algunos medios pro Gobierno? ¿Empiezan a no ser suficientemente oficialistas porque la situación económica ya no es tan buena?

    -Hay una lectura equivocada desde los medios críticos de la supuesta uniformidad que tiene el oficialismo tanto en los medios que le son proclives como en sus cuadros políticos. El peronismo es un ámbito en el que siempre existieron diferencias grandes y el kirchnerismo, en particular, alberga tensiones políticas y comunicacionales. El programa 6,7,8  , que es reluctante a la diferencia y al matiz de opiniones, representa un modelo muy distinto al de Visión 7 Internacional o a Con sentido público , siendo todos programas emitidos por Canal 7. Lo mismo puedo decir sobre Página 12, que cultiva una lógica poco afín a Tiempo Argentino. Tampoco CN23 es lo mismo que 360. Radio del Plata, Radio Nacional y Radio 10 son oficialistas, pero muy distintas entre sí. Creo que sucede lo mismo en el campo periodístico adverso al Gobierno.

    -¿Ejemplos?

    -Clarín y La Nacion no son tan parecidos y hay grandes diferencias entre los ciclos políticos de TN Desde el llano y Palabras +, Palabras – . Muchos análisis simplificadores nos invitan a renunciar al esfuerzo de detección y comprensión de esas diferencias. Y veo colegas que, cansados porque han sido injustamente maltratados por uno u otro lado, se rinden, abandonan ese esfuerzo para comprender lo que sucede y recolectan de la realidad sólo aquellas evidencias parciales que confirman sus prejuicios y descartan todo elemento que pueda relativizar su postura. Considero que lo más valioso que hoy podemos aportar es el ejercicio cotidiano de no reducir una realidad multicolor a un enfoque en blanco y negro. Los periodistas son en buena medida alimentadores de las visiones conspirativas al decir que el adversario está comprado, que es un vendido. Es evidente que Lanata y Víctor Hugo cobrarán muchísimo dinero, estén donde estén. La explicación, entonces, de que Víctor Hugo está con el Gobierno y Lanata, en contra, sólo por una cuestión económica me parece hiperpobre.

    -La herencia para 2015 de Cristina Kirchner, ¿también se juega en los medios cercanos al Gobierno?

    -Siempre ha sido así en el peronismo, incluso con Perón vivo. En la medida en que el líder tiene legitimidad presente y futura, todos son solidarios con quien conduce. Un 54 % de los votos cohesiona. Ahora, en la medida en que esa líder ya no va a poder ser reelegida, más allá de todas las especulaciones, las aguas se empiezan a mover.

    -El kirchnerismo, ¿es causante o emergente del cuestionamiento a los medios? ¿No influye el cambio de paradigma tecnológico?

    -Mi lectura es que el kirchnerismo ha administrado con bastante talento las coyunturas, aunque carece de estrategia a mediano y largo plazo. Sin ser especialmente diestro en el manejo de estos nuevos medios, el kirchnerismo interpreta que los medios tradicionales están siendo bypasseados en algunos circuitos de la circulación masiva de la comunicación que antes solamente controlaban ellos, y ahora ya no.

    MANO A MANO

    Para Becerra, la concentración de medios en el país no podría haber ocurrido “sin la participación de gobiernos de distintos signos políticos, civiles y militares, incluyendo el de Néstor Kirchner” y tiene que ver “con las relaciones anudadas nunca de manera cristalina y de mutua conveniencia entre el sistema político y el mediático durante décadas de negociar por debajo de la mesa”. Por fuera de estos temas, Becerra es padre de dos chicos de 9 y 11 años, hace natación y juega al fútbol. Lee ficción, sobre todo novelas. Hace poco terminó Yo confieso, de Jaume Cabré, y Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra. No se esfuerza en disimular que lo entusiasman algunas acciones del gobierno de Cristina Kirchner, pero eso no le nubla el espíritu crítico para analizar sus falencias. Por eso recibe reproches de sus amigos o colegas más decididamente oficialistas, tanto como de referentes de algunos de los llamados medios hegemónicos. No se hace demasiada mala sangre ni pierde la calma, se sonríe levemente y sigue adelante. Participa en la red social Twitter como @aracalacana y acaba de publicar, junto con Sebastián Lacunza, Wiki Media Leaks (Ediciones B).